La Iglesia celebra a la Virgen María Reina el 22 de agosto, una semana después de la solemnidad de la Asunción. Esta fiesta nos recuerda que la Madre de Jesús, llevada al cielo en cuerpo y alma, participa plenamente de la gloria de su Hijo y reina junto a Él como intercesora y madre espiritual de todos los cristianos.
María es reconocida como Reina no por poder terrenal, sino por su humildad y fidelidad a la voluntad de Dios. Su grandeza radica en haber dicho “sí” al plan divino en la Anunciación y en acompañar a Cristo hasta la cruz, convirtiéndose en modelo de fe, entrega y amor para todos los creyentes.
El título de Reina se entiende siempre unido al de Madre. Ella no es una soberana lejana, sino una madre cercana que vela por sus hijos. En las letanías del Rosario se le invoca como “Reina de los cielos, Reina de la paz, Reina de las familias”, expresando que su reinado se manifiesta en el cuidado, la ternura y la protección hacia los que acuden a su intercesión.
La devoción a Santa María Reina invita a los fieles a mirar a María como ejemplo de vida cristiana y a confiar en su poderosa intercesión. Ella, unida a Cristo Rey, nos anima a vivir en esperanza, buscando la justicia, la paz y el amor verdadero que nacen del Evangelio.
Celebrar a la Virgen María Reina es también un llamado a reconocer que, si Cristo es Rey de nuestras vidas, María es la Reina que nos conduce a Él. Con su ayuda aprendemos que la verdadera realeza se vive en la humildad, el servicio y la entrega a Dios.