Mil trivialidades a la vez

Mil trivialidades a la vez
Por Marge Steinhage Fenelon
 
Lo único que pretendo es esto: que le veamos, y permanezcamos con Él, a quien estamos hablando, sin darle la espalda. Porque creo que eso es lo que hacemos cuando seguimos hablando con Dios mientras pensamos al mismo tiempo en mil trivialidades. –Teresa de Ávila
Esta cita de Santa Teresa de Ávila resume a la perfección mis Navidades de cada año. Voy de un lado para otro pensando en mil trivialidades al mismo tiempo y hablando con Dios a retazos urgentes que suelen consistir en quejas y súplicas. Para ser sincera, no le hablo a Él, hablo con Él. Me veo demasiado envuelta en el torbellino navideño de tareas, responsabilidades, actividades y acontecimientos como para mantener una conversación decente con Dios. Bromeo conmigo misma diciendo que, por suerte, los católicos celebramos todo un tiempo que sólo comienza el día de Navidad. Pero eso no hace más que aumentar la cantidad de cosas que meto en mi lista de tareas pendientes y en mi calendario. Y no dejo de pensar en mil pequeñeces al mismo tiempo. Por eso, me pierdo el gran regalo de pasar tiempo con Dios en oración.
En parte, responsabilizo de ello a San Pablo. Como madre joven, sus palabras en la primera carta a los Tesalonicenses eran mi mantra. “Alégrense siempre. Oren sin cesar. Den gracias en toda circunstancia, porque esta es la voluntad de Dios para con ustedes en Cristo Jesús.” (1 Ts 5,16-18) Utilicé ese pasaje para justificar el exceso de actividad, el agobio y el agotamiento. Me decía a mí misma que todo lo que hacía era una oración si se lo ofrecía a Dios, que estaba haciendo la voluntad de Dios y que no necesitaba preocuparme por la calidad del tiempo de oración. Por aquel entonces, en gran parte era cierto. Cuidar de mi creciente familia era primordial para cualquier otra cosa, incluida la oración. Ciertamente podemos hacer una oración de todo lo que hacemos, incluso durante la caótica temporada navideña. Pero no podemos dejar que eso se convierta en nuestro modus operandi.
No importa lo ocupados, cansados o estresados que estemos, debemos encontrar la manera de dejar a un lado esas mil pequeñas cosas, aunque sólo sea durante unos minutos al día. Durante ese precioso tiempo, necesitamos ver realmente a Dios y permanecer con Él sin darle la espalda para atender otra cosa (a menos que sea un niño necesitado, por supuesto). Aunque el tiempo de Navidad puede ser el más difícil para hacerlo, en ciertos aspectos es el más fácil. No hay otra época del año en la que decoremos tan profusamente y tengamos a la vista tantos símbolos religiosos. El belén, el árbol de Navidad, las figuras, las coronas, las velas, las guirnaldas y los villancicos nos recuerdan el nacimiento de Cristo. Incluso las canciones y los adornos profanos pueden recordarnos que celebramos la venida del Mesías. Si Jesús no hubiera nacido, nadie habría puesto nunca un adorno navideño ni compuesto un villancico. Todo existe gracias a Él. Si lo permitimos, estas cosas pueden arrastrarnos a una oración productiva.
La Navidad es una bendición preciosa, no sólo porque marca el Nacimiento de Jesús, sino también porque es un tiempo sagrado que nos ofrece abundantes oportunidades para meditar sobre el Misterio Divino. La oración es un don, porque nos permite pasar un rato a solas con el Señor, entregarle nuestro corazón y escuchar su dulce y suave voz en nuestras almas. Lo mejor es que no tenemos que concertar una cita para estar con Dios. Él siempre está ahí, esperándonos y deseoso de pasar tiempo con nosotros. Aunque sólo sean unos minutos aquí y allá entre mil ocupaciones insignificantes.

 

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